jueves, 13 de octubre de 2011

Los encuestadores: ¿científicos o impostores?, Artículo de Trino Márquez

Trino Márquez

noticierodigital.com

Desde su invención y progresivo perfeccionamiento a finales del siglo XIX, las encuestas han sido un extraordinario instrumento para pulsar la opinión pública en sociedades con alta densidad urbana. Ante la imposibilidad de realizar continuamente censos que establezcan cuál es el sentir de un conglomerado numeroso, se aplica ese tipo de mediciones muestrales.

Lo más difícil de este procedimiento es construir la muestra. Esta debe recrear en miniatura la composición del universo que se busca explorar. Con apenas un número reducido de encuestas el diseñador de la muestra debe captar fielmente el sentir de ese sujeto global que quiere conocerse. La tarea no es sencilla cuando el tema que se trabaja se mueve en los linderos de la política, la ideología, los valores. La estadística y, especialmente, el muestreo se han perfeccionado tanto desde comienzos del siglo XX, que se han convertido en ciencias con elevados niveles de precisión. Empleados de manera científica constituyen poderosos instrumentos radiográficos que permiten la anticipación con gran exactitud. Utilizados de forma tendenciosa o inescrupulosa pueden conducir a predicciones totalmente desacertadas. Los desatinos ocurren cuando la muestra con la cual se trabaja no reproduce, por sesgo o impericia, fielmente el objeto trabajado.

En Venezuela tenemos abundantes ejemplos de vaticinios disparatados. Cuando Hugo Chávez ganó por primera en diciembre de 1998, el último día permitido para divulgar públicamente resultados, una encuestadora muy conocida en aquel momento, y que aún sigue siéndolo, predijo que Salas Römer ganaría con una ventaja de al menos 10%. La firma, como la mayoría del país lo ha sufrido, se equivocó. En fecha más reciente, 2010, algunas firmas que supuestamente llevaban el pulso de la opinión nacional de forma milimétrica, profetizaron que la oposición no obtendría más de 42 diputados a la Asamblea Nacional. La realidad los contradijo. Se obtuvieron 67, más de 50% por encima del cálculo más optimista de las empresas más conocidas. Podría señalar muchos casos más, como el del encuestador que predijo que Augusto Uribe ganaría la Alcaldía Metropolitana en 2008 y apenas obtuvo 1% de los votos, pero, con estos pocos ejemplos basta.

¿Qué pasó allí? Seguramente que la muestra con la cual se realizaron las proyecciones estaban distorsionadas; eran muestras sesgadas. No voy a recurrir a la descalificación personal o a la sospecha insidiosa, pero llama la atención que nunca se ha escuchado una autocrítica severa por parte de esos expertos de la investigación de la opinión pública.

En la actualidad algunos de esos mismos personajes andan diciendo que si las elecciones fuesen hoy, Chávez ganaría con 58% de los votos. Lo colocan en un lugar inaccesible. Resulta que el cáncer ha actuado como un bálsamo que ha refrescado la deteriorada imagen del Presidente, convirtiéndolo en un santón; en una figura mística. Al hombre que desde su llegada a Miraflores ha fracturado al país, lo muestran como el gran unificador. El caudillo que ha colocado a la nación en varias oportunidades al borde de la violencia generalizada es presentado como el único líder capaz de garantizar la paz. ¿Entonces?

¿A partir de cuál muestra obtienen estos resultados tan favorables a Hugo Chávez y tan desalentadores para la oposición tras trece años de incompetencia, corrupción y despilfarro por parte del teniente coronel? El economista Antonio Paiva ha planteado en varias oportunidades públicamente que a esas empresas hay que aplicarles auditorías independientes, retándolas a un debate para que demuestren la consistencia de la metodología utilizada para lanzar sus temerarios pronósticos. Este desafío están obligadas a aceptarlo. Esos encuestadores no pueden seguir yendo a la televisión y a la radio, escribiendo por la prensa, poniendo a circular twuits, y utilizando todos los medios a su alcance para difundir resultados supuestamente “científicos”, sin que haya certeza de la veracidad de sus afirmaciones. Esos encuestadores no son líderes políticos ni agentes publicitarios, pero así se comportan. Moldean de forma irresponsable la opinión nacional, mientras que algunos medios informativos los han convertido en una suerte de oráculos que presagian el porvenir ineluctable. Se comportan como bioanalistas que pretenden para por internistas, y, peor aún, por cirujanos.

Un rasgo esencial de los enunciados científicos es que pueden ser refutados. Aquí reside una diferencia esencial con el dogma religioso y con el proselitismo político, ya lo dijo Max Weber. Si los encuestadores quieren que se les respete profesionalmente después de los numerosos errores y desaciertos cometidos, tendrán que admitir ser auditados por expertos independientes en esa delicada área. De lo contrario, quedarán como unos impostores y habrá que desenmascararlos sin ninguna compasión para que no engañen al electorado.

@tmarquezc

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