martes, 27 de septiembre de 2011

El debate entre los candidatos. Artículo de Asdrúbal Aguiar

¿Pueden avanzar a contracorriente y convencer de que la corriente nos lleva hacia las cataratas?

ASDRÚBAL AGUIAR

eluniversal.com

Opositor que no hace oposición se queda en la oposición. Así se lo escucho decir al ex presidente Luis Herrera, hoy fallecido.

Siendo candidato entiende que su rol no es enmendar al gobierno, menos obviarlo. Quien gobierna es éste y tiene la responsabilidad de hacerlo bien. De allí que decide confrontarlo sin cuartel, destaca los yerros de su predecesor y a la sazón esgrime las propuestas de cambio que lo llevan hasta la primera magistratura.

La "saña de caínes", propia de nuestro medio político, muy destacada por Rómulo Betancourt, es otra cosa. Revela inmadurez e incapacidad. Pero sigo recién el debate que abren los republicanos para su vuelta a la Casa Blanca y aprecio que el criterio de Herrera vale aquí y en las sociedades donde funciona la democracia, a plenitud. Quien no se opone no es alternativa. Toda elección exige comparar.

La controversia es esencia y virtud de la democracia. Sin ella mal se puede predicar el pluralismo. La controversia agonal cuando es democrática no implica ráfagas a discreción, menos descalificaciones adjetivas, tampoco escapatorias. Eso sí, el opositor ha de identificar su frente con claridad, sin dejar dudas en cuanto a su papel y evitando ser opositor a sí mismo.

El asunto viene al caso pues la opinión pública nuestra y quienes la conducen -sean precandidatos opositores, medios y agencias de asesoría electoral- deshojan la margarita. Algunos discuten, incluso, sobre cómo alcanzar el poder y desplazar al dictador sin oponérsele; más allá de organizarse para unas elecciones primarias y luego participar de las generales.

En nuestro caso -el de Venezuela- la cuestión es compleja a la vez que simple, por cuanto el alter ego de la oposición tiene nombre propio. Hace lo imposible, enfermedad de por medio, para destrozar y perseguir a todo aquel quien le adversa. Intenta no abandonar el gobierno hasta que la pelona se lo lleve al otro mundo, al costo que sea y a costa de quien sea, amenazando con las armas. La enseñanza de Herrera, que los candidatos republicanos hacen viva en su encuentro de Orlando, se reduce a lo elemental. En política nadie compra fotocopias. Toda elección, lo repito, exige la posibilidad de elegir entre opciones claramente diferentes. Es imposible elegir entre siameses.

El ejemplo norteamericano es ilustrativo. Los nueve aspirantes republicanos debaten entre ellos, pero se oponen sin remilgos a Barack Obama. Le llaman el ex presidente. Cuestionan, sin temor de populistas, su Misión Barrio Adentro, el "Obama Care". Y ante la opinión, todos a uno responden preguntas sobre los temas sensibles de la agenda federal. Cada cual muestra su perfil propio e intenta destacarlo, pero sin concesiones ante el adversario real, el inquilino de la Casa Blanca.

Sin burladeros para ganar terreno el uno frente a los otros, uno a uno explica ante la nación lo que piensa y pretende hacer. Preguntan los periodistas y los ciudadanos, quienes lo hacen en vivo, vía Internet. Los primeros dicen a los votantes cómo entienden el respeto por la libertad, el manejo de la economía, la salud, la política exterior, la inmigración, la responsabilidad de los padres. No caen en un remate de ofertas o puja que identifique al más audaz para transformar en canonjías, donaciones o subsidios improductivos al tesoro público.

Los precandidatos, todos, se oponen a Obama. Lo desnudan sin misericordia frente a los electores. Explican los efectos perversos de sus políticas actuales, en una controversia política sobre políticas y no para las ofensas.

La opción venezolana vigente, que no es opción y rige entre nosotros durante los últimos trece años, tiene original y un único autor. El país lo conoce. No caben las malas reproducciones. Ella se funda en el gendarme necesario y la religión de Estado. Sostiene que el Estado rige la cotidianidad y hasta en nuestros afectos íntimos. No concibe otra economía que la estatal y marxista, ni servicios ni estornudos fuera del control público. No cree en la autonomía de los poderes. Y si de derechos se trata, existen para beneficio de quienes comparten la visión hegemónica. Los demás son muertos civiles. Y afirma, al igual que los patriotas bolivarianos del siglo XIX, que la civilidad y la democracia representan la patria boba. Y tan bobos somos, como lo juzga el dictador, que su gobierno lo confía a los hermanos Castro.

¿Hay candidatos capaces de confrontar, abiertamente y sin temores, esa visión y a su responsable, y de debatirla ante el país, entre ellos, en defecto del dictador? ¿Pueden avanzar a contracorriente y convencer de que la corriente nos lleva hacia las cataratas? ¿O nos ofrecen apenas una transacción: 50% de libertad, 50% de comunismo?

correoaustral@gmail.com

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