Manuel Malaver
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Conviene recordar que antes del 12 de febrero la oposición democrática venezolana derrotó a Chávez en las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre del año pasado (52 por ciento contra 49), que en diciembre del 2008 desalojó de 6 de las más importantes gobernaciones del país y de la Alcaldía Metropolitana de Caracas a funcionarios chavistas y “rojos rojitos” y que en diciembre del 2007 aplastó con más de 5 millones de votos una reforma constitucional con la cual Chávez se proponía legalizar el sistema comunista y autoelegirse dictador de por vida.
Y no es que después no inventara otra consulta sobre la reforma que supuestamente ganó y que cada 2 por 3 no se haga aprobar unas “leyes habilitantes” con las que anula las facultades legislativas de la Asamblea Nacional, sino que todas estas marramucias ex post no hacen sino corroborar su talante autoritario y sin empacho para pisotear decisiones electorales que no le convienen.
En otras palabras: que la jornada histórica de hace una semana no es en absoluto un golpe de suerte, ni una de esas partidas que se ganan más por sorpresas del destino que por la destreza de los jugadores, sino una consecuencia lógica de la guerra política que desde hace 13 años asumió una mayoría de venezolanos para desalojar a Chávez y a su proyecto de la política venezolana.
Es, si la evaluamos en número y calidad, otra etapa de una marcha en ascenso, de una espiral que por momentos pareciera experimentar retrocesos, pero sin perder el hilo, la lógica que condena al déspota histrión a recoger sus cachachás e irse con sus micrófonos, cámaras de televisión, tarantines y locales cerrados donde transmite mitines de una sola toma con duración de tres, seis, 7 y hasta 9 horas… a otra parte.
Ya, por lo menos, tiene fecha de salida y con boleto de no retorno: 7 de octubre del 2012, cuando de manera fatal e inescapable más de 6 millones y medio de electores venezolanos lo derrotarán aplastantemente en las urnas, y lo obligarán por las buenas o por las malas, pero siempre por la vía democrática, a tomar un avión, un autobús, una carreta, un peñero, una balsa, o cualquier otro medio de transporte, para que se marche al país que se arriesgue, una vez derrotado, a soportarlo en su territorio.
Cuando doy la cifra aproximada del número de votos que reunirá la oposición para derrotar a Chávez, no estoy haciendo política de ciencia ficción, ni consultando encuestas “a la venezolana de si pero no”, ni mucho menos inflamado por la fiebre de optimismo que siempre cocina el próximo fracaso de los triunfadores, sino porque, si a los 3 millones de votantes que se presentaron casi espontáneamente a las primarias a elegir el candidato único de la oposición para las presidenciales de octubre, unimos los 4 millones, 500 mil sufragios que se han dado en llamar “el piso histórico electoral” de la oposición, entonces, no hay dudas que el 7 nos acercaremos o pasaremos el número mágico de 7 millones de votos que se requieren para que Chávez pase ha convertirse en una interjección de horror de la política y la historia nacional .
Y pienso yo que debe ser por esta cuenta, por estos números, por los que Chávez, después que despertó del K.O que recibió la noche del domingo una vez conocido el primer boletín de la MUD, desde el miércoles en la mañana cuando hizo su primera aparición aceptando la verdad, ha elevado sus niveles de energumenización hasta el límite de aquellos “Cuentos de la Cripta” que trasmitió la televisión norteamericana en los 90 siguiendo el comics de William Maxwell Gaines, expeliendo los insultos y groserías de siempre, pero ahora dotándolas del terror que imagina necesita para que la oposición se aturrulle y no salga más a votar.
Intento perdido, porque la oposición lleva 13 años detectándolo, examinándolo y diagnosticándolo en estas alharacas, que una vez no atendidas, no son sino el preludio del alud de votos que después lo manda a desaparecer por días para luego reaparecer con nuevos terrores, nuevos chantajes y nuevos miedos.
Con los que también busca ahora aterrorizar a los suyos, que, ya se sabe, se hicieron sentir en las primarias, y que, sin duda alguna, en una proporción que algunos fijan en 28 y otros en un 35 por ciento, se sumarán al casi 60 por ciento opositor que el 7 de octubre le aplicará el default de su vida.
De ahí la maniobrilla de los amanuenses del TSJ con la decisión írrita e inejecutable de comienzos de semana que se propuso violar “el secreto del voto”, y todo para empezar a amenazar a los empleados de la administración pública o de las empresas relacionadas con el gobierno con que si votan contra Chávez el 7 de octubre… perderán su sueldo y sustento.
O sea que, el escape típico de un fascista asustadizo, de un fuera de ley desintegrado, que incapaz de recurrir a la fuerza porque ni los soldados ni los oficiales de la FAN lo obedecerían, y ni aun los militantes y dirigentes del PSUV que en su mayoría tratan de salir del túnel en que los zumbó, tiene que usar y abusar de los medios de comunicación estadales para convertirlos en herramientas de intimidación y terror.
Pero alharacas que deben en todo caso tomarse en serio y ser anotadas por los líderes y dirigentes de la oposición, preparándose para que piezas robotizadas y descontroladas de los cubiles de los poderes públicos, como pueden ser algunos magistrados del TSJ, rectores del CNE y mandamases de la Fiscalía General de la República, de la Contraloría y de la Procuraduría, anden todavía sueltas por ahí y dispuestas a complacer hasta el hartazgo al émulo de los tiranos del siglo XIX en la comisión de una última tropelía que le permita proclamar después que “no se entregó sin pelear”.
Por tanto, por más que estos gritos y estas gesticulaciones no puedan ser otras cosa que el pataleo postrero de un náufrago perdido, no puede tomarlos la oposición para el anecdotario, sino como datos que deben obligarla a afinar la estrategia para que Chávez, no solo sea contundentemente derrotado el 7 de octubre, sino también para que no recurra a añagazas y triquiñuelas que le permitan darles largas, escamotear o adulterar lo que será un mandato claro, explícito y constitucional.
De modo que, alertas con fraudes, manipulaciones del REP, jugarretas en la trasmisión de la data, y utilización de funcionarios deshonestos que salgan a desmentir y contradecir lo que, sin duda, será una decisión sin más allá del electorado venezolano: Chávez es el perdedor de las elecciones del próximo 7 de octubre y debe entregar el poder al ganador: Henrique Capriles Radonski.
Igualmente, tiene que aceptar una trasmisión de mando pacífica en la cual el interés fundamental de los venezolanos, que es por la paz y la recuperación de la libertad y la democracia, esté por encima de los lloriqueos y bravatas del primero y último de los dictadores del siglo XXI.
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