Diego Arria sí sabrá "ganar y cobrar".
RONNY PADRÓN
eluniversal.com/
No son deseos sino realidades. Su trayectoria como gerente público eficiente en Venezuela, diplomático exitoso en el extranjero, lo confirma.
Hoy, Venezuela atraviesa una etapa sombría sólo comparable a los tiempos de la guerra independentista, con un agravante: para aquel entonces nuestro país contaba con una dirigencia patriota convencida y dispuesta respecto a los sacrificios implícitos a la causa política de entonces.
En la Venezuela presente, el estatismo petrolero, en mala hora consagrado en la propia Carta Magna, configuró una sociedad acomodaticia, acostumbrada a exigir derechos al Estado, sin embargo ajena al cumplimiento de sus deberes, auténtico certificado de una efectiva ciudadanía.
De allí qué luego de "Las bacanales del petrodólar", viabilizadas por la estatización de la industria petrolera a partir del 1º de enero de 1976, y su muy lógica "resaca" económica en los cercanos 90, el pueblo venezolano buscó con denuedo el cambio político en la comprensible necesidad de recuperar el orden institucional perdido. Ello es del todo loable. El problema estriba en que una vez electo el llamado a corregir tales entuertos, a saber "Hugo Chávez", éste no sólo resultó peor que cualquiera de los anteriores jefes del estatismo venezolano, lo que es más grave aún, nosotros, luego de 13 años, habíamos resultado incapaces de promover una dirigencia política apta para el necesario reemplazo.
Dicha tragedia, descrita en tan escuetos términos es por supuesto debida a un cúmulo de factores entre los que destaca la referida perversión política llamada estatismo, que hace posible un Estado nacional, gerente y administrador de la casi totalidad de la riqueza venezolana (yacimientos petrolíferos, auríferos y demás minerales económicamente valiosos) encargado además del enorme poder fáctico implícito en su condición de representante jurídico y político de la nación. Tal hipertrofia funcional convierte a cualquier presidente de Venezuela en verdadero monarca medieval y a nosotros los venezolanos en súbditos pedigüeños de la peor condición.
Así entonces nos encontramos en la particular circunstancia donde ante un régimen político evidentemente totalitario, por ende criminal, socialista para más señas, tolerante con la Constitución sólo en la medida que ésta le posibilite sostener la muy valiosa "fachada democrática", un precandidato presidencial ha sido capaz de ensalzar la recuperación del orden institucional como la prioridad política nacional, ese es Diego Arria.
Porque más allá de buenas intenciones, quién si no un dirigente político independiente, de certificada experiencia gubernativa, nacional e internacional, exitosa por lo demás, estaría en real capacidad de capitalizar la mayoritaria voluntad de cambio de la fuerza demócrata nacional hasta alcanzar lo que no hemos podido desde hace cuando menos 30 años: un Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia, al servicio de ciudadanos libres y dignos, capaces de merecer la prosperidad y el Bien Común mediante el trabajo lícito y justo, algo característico de cualquier país desarrollado.
Sólo alguien dispuesto a consagrar lo que le reste de vida en pro de restaurar la constitucionalidad democrática en Venezuela tendría oportunidad para hacer lo que corresponde hacer, sin pensar en las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones. Quién sino aquél que ha sido idóneo para coordinar transiciones políticas de regímenes aun más violentos que el vigente en Venezuela, verbigracia: Bosnia, Serbia, Sudán, se atrevería a solicitar sólo 3 años de mandato popular para conforme a la Constitución "poner orden en la casa". Esta es sin dudas una propuesta política que merece consideración. ORA y LABORA.
caballeropercival@hotmail.com
RONNY PADRÓN
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No son deseos sino realidades. Su trayectoria como gerente público eficiente en Venezuela, diplomático exitoso en el extranjero, lo confirma.
Hoy, Venezuela atraviesa una etapa sombría sólo comparable a los tiempos de la guerra independentista, con un agravante: para aquel entonces nuestro país contaba con una dirigencia patriota convencida y dispuesta respecto a los sacrificios implícitos a la causa política de entonces.
En la Venezuela presente, el estatismo petrolero, en mala hora consagrado en la propia Carta Magna, configuró una sociedad acomodaticia, acostumbrada a exigir derechos al Estado, sin embargo ajena al cumplimiento de sus deberes, auténtico certificado de una efectiva ciudadanía.
De allí qué luego de "Las bacanales del petrodólar", viabilizadas por la estatización de la industria petrolera a partir del 1º de enero de 1976, y su muy lógica "resaca" económica en los cercanos 90, el pueblo venezolano buscó con denuedo el cambio político en la comprensible necesidad de recuperar el orden institucional perdido. Ello es del todo loable. El problema estriba en que una vez electo el llamado a corregir tales entuertos, a saber "Hugo Chávez", éste no sólo resultó peor que cualquiera de los anteriores jefes del estatismo venezolano, lo que es más grave aún, nosotros, luego de 13 años, habíamos resultado incapaces de promover una dirigencia política apta para el necesario reemplazo.
Dicha tragedia, descrita en tan escuetos términos es por supuesto debida a un cúmulo de factores entre los que destaca la referida perversión política llamada estatismo, que hace posible un Estado nacional, gerente y administrador de la casi totalidad de la riqueza venezolana (yacimientos petrolíferos, auríferos y demás minerales económicamente valiosos) encargado además del enorme poder fáctico implícito en su condición de representante jurídico y político de la nación. Tal hipertrofia funcional convierte a cualquier presidente de Venezuela en verdadero monarca medieval y a nosotros los venezolanos en súbditos pedigüeños de la peor condición.
Así entonces nos encontramos en la particular circunstancia donde ante un régimen político evidentemente totalitario, por ende criminal, socialista para más señas, tolerante con la Constitución sólo en la medida que ésta le posibilite sostener la muy valiosa "fachada democrática", un precandidato presidencial ha sido capaz de ensalzar la recuperación del orden institucional como la prioridad política nacional, ese es Diego Arria.
Porque más allá de buenas intenciones, quién si no un dirigente político independiente, de certificada experiencia gubernativa, nacional e internacional, exitosa por lo demás, estaría en real capacidad de capitalizar la mayoritaria voluntad de cambio de la fuerza demócrata nacional hasta alcanzar lo que no hemos podido desde hace cuando menos 30 años: un Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia, al servicio de ciudadanos libres y dignos, capaces de merecer la prosperidad y el Bien Común mediante el trabajo lícito y justo, algo característico de cualquier país desarrollado.
Sólo alguien dispuesto a consagrar lo que le reste de vida en pro de restaurar la constitucionalidad democrática en Venezuela tendría oportunidad para hacer lo que corresponde hacer, sin pensar en las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones. Quién sino aquél que ha sido idóneo para coordinar transiciones políticas de regímenes aun más violentos que el vigente en Venezuela, verbigracia: Bosnia, Serbia, Sudán, se atrevería a solicitar sólo 3 años de mandato popular para conforme a la Constitución "poner orden en la casa". Esta es sin dudas una propuesta política que merece consideración. ORA y LABORA.
caballeropercival@hotmail.com
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