domingo, 8 de julio de 2012

Cartas para Capriles. Artículo de Manuel Malaver

Fue en una visita a Mérida a mediados de semana cuando Henrique Capriles tuvo una de las mejores ideas que le oí a cualquier candidato presidencial en la ya larga historia electoral del país:

noticierodigital.com

“Yo les voy a pedir” dijo Capriles ante una multitud electrizada que lo oía en la Ciudad de los Caballeros “ yo les voy a pedir que antes de irme me escriban una carta con un listado de las promesas incumplidas que les ha hecho Chávez a los merideños en sus 13 años de gobierno, carta que también la voy a pedir en todos los pueblos que recorra de ahora en adelante como un recordatorio del fracaso chavista, pero también de las obras que debo emprender para que Venezuela recupere la fe y la confianza en sus gobernantes, y la seguridad de que pronto tendrá paz, bienestar y prosperidad”

Por supuesto que no sabemos si los merideños escribieron la carta, y tampoco si Capriles la ha pedido y recibido en la veintena de ciudades y pueblos que recorrió desde entonces, pero lo que si aseguramos es que si tal exigencia trató de hacerse realidad, no colecciones, sino bibliotecas enteras se habrían escriturado para dejar constancia de las engañifas por las que Chávez ha pasado a la historia como un demagogo para el cual mentir, engañar y estafar es una diversión.

Una apoteosis, en definitiva, al cinismo, a la hipocresía y la irresponsabilidad que no ha dejado fuera a un solo venezolano que no se haya sentido en un circo, donde un mago de pacotilla, les ha prometido, desde hacer de Venezuela una gran potencia, hasta lograr la soberanía alimentaria, pasando por hacernos menos dependientes del petróleo.

Trece años después, sin embargo, somos monoproductores y monoexportadores, solo producimos un producto, el petróleo y lo exportamos a un solo país: los Estados Unidos de Norteamérica que es el único que lo paga.

Pero no antes de que míster Bocón haya pasado horas, días enteros, despotricando de los gringos, llamando a los pueblos del mundo a destruirlos, a organizar ejércitos para marchar contra Washington, retando a sus presidentes a mortal combate y proclamándose el jefe de una cruzada que pulverizaría al capitalismo y al imperialismo.

Mientras tanto, flotas de tanqueros salen diariamente de puertos venezolanos con 1 millón, 500 mil barriles de crudo liviano, semipesado y pesado a las refinerías del Golfo de México, en las cuales son refinados y convertidos en el combustible que nutre los portaviones, los aviones, los buques, las tropas, los cuerpos especiales con los que los “malditos imperialistas yanquis conquistan al mundo”.

A los ejércitos que pusieron fin a la tiranía de 23 años del “hermano” Saddam, que dieron cuenta de la teocracia criminal de los talibanes en Afganistán, que mandaron al otro mundo al terrorista Osama Bin Laden, que barrieron con otro matón, Muamar Gaddafi y tienen en la vista a otro asesino en serie, Bashard Al Asad.

A quien Chávez, por cierto, también le manda combustible, pero para que asesine patriotas y demócratas sirios, y de gratiñán, porque si se trata de abastecer de combustible a un ejército que lucha por la libertad y la democracia, como el de Barack Obama, hay que cobrárselo, pero si el cliente es uno de los peores asesinos que conoce la historia, no hay que vendérselo, hay regalárselo.

Y, pienso yo, si no llegará un momento en que Capriles, o cualquier otro líder democrático, exija cuentas de estas fechorías y le pida a los pueblos libio, irakí, afgano, sirio, la lista, no de las promesas incumplidas de Chávez, sino de sus ciudadanos muertos por la irresponsabilidad de este socialista del siglo XXI que nunca entendió que pretender liberar clases y países sin ética, es como tratar de ganarse el cielo sin santidad.

Pero me fui al exterior y no insistí en que Capriles les pida lista a los pueblos que visita con las promesas incumplidas de Chávez, que les pregunte si se acuerdan, por ejemplo, de aquel Eje Orinoco-Apure, que fue la primera promesa estrella de su gobierno, que decía traía en los morrales de su revolución mucho antes de ser electo presidente, y trababa de unir las cuencas de dos de los más importantes ríos del sur del país, para que el territorio de los estados que recorren, pasara a ser un emporio de riqueza agrícola, ganadera, industrial y minera.

Veo al Chávez de aquellos días, con 13 años y 20 kilos menos, rodeado de mapas, gráficos, cartapacios, pantallas gigantes de televisión, mientras el ya infaltable ministro Giordani, José Vicente Rangel, el canciller, y generales, y empresarios, y ganaderos y productores agrícolas sonreían arrobados.

Días de “tráigame otro cafecito Martín, y del “que tiene ojos que vea”, y se acuerda general de aquella tarde en que piché aquel juego de sotfbol en el estadio de la Academia y le metí los 9 ceros al equipo del cual usted era manager, cuarto bate y novio de la madrina, y una noche…” y por ahí se iba para dejarnos las primeras muestras del decir para no decir nada, del prometer sin comprometer, y promover emociones y expectativas que, como quedaban en el aire, era fácil que también se las llevara el olvido.

Ni un solo niño en la calle más, y esos aviones de PDVSA hay que venderlos y ya, y que hago yo viviendo en este caserón y en este lujo y quien dijo que los presidentes necesitan mansiones como la Casona, todo, todo eso será entregado al pueblo para que se hagan escuelas, universidades, todo debe ser regresado al pueblo, que es su dueño.

Y en cuanto a mí, me iré a vivir a un apartamentico en un barrio de Caracas que es donde siempre he vivido, ¿verdad Juan Barreto?” Y así empezó el gobierno de Chávez y así termina, con promesas que nunca pasaron del momento que en que se pronunciaron porque jamás fueron pensadas, habladas, estudiadas y planificadas.

Como aquel proyecto por el que haría al Guaire un río navegable y en que él y sus ministros e invitados extranjeros surcarían sus aguas en lujosos yates del estado donde se harían conferencias, y banquetes y conciertos de música que darían al mundo una idea del país que al fin se había encontrado con un segundo libertador que lo colocaría en el primer mundo.

En realidad quien se había encontrado a Venezuela era Chávez, se la había encontrado como un juguete y con su imaginación desbordada e irresponsable, y durante 13 años, se dedicó a jugar con él.

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