domingo, 11 de marzo de 2012

Sin sucesor y sin testamento. Artículo de Elías Pino Iturreta



¿Cómo serán el ritmo y la profundidad de la "revolución" en el futuro?

ELÍAS PINO ITURRIETA


No se quiere desde esta columna apuntalar la candidatura presidencial del teniente Cabello, ni la del doctor Jaua, nada más lejos de las intenciones del escribidor, en especial porque no les encuentra atributos para el ejercicio de la primera magistratura, ni de otras que no son primeras sino segundas o terceras, pero le convendría al país que alguno de los dos, en caso de que no aparezca otra nominación desde la orilla oficialista, tuviese el visto bueno de la superioridad para iniciar la carrera sin vacilación. Seguramente sonará como desatino el planteamiento del problema, en especial para los fieles de una "revolución" en cuya vanguardia han aceptado la conducción de una cabeza irrebatible y exclusiva, pero se asoma con el objeto de llamar la atención sobre la situación de crisis que se le presenta, a la "revolución" y al resto del país, el imperio de un líder que se considera a sí mismo como insustituible y quien, por lo tanto, no contempla la posibilidad de una ausencia pasajera o definitiva que lo obligue a fijarse en un reemplazo.

El presidente Chávez, porque lo ha convencido su fuero interno, pero también la aquiescencia de sus acólitos y la irresponsabilidad de buena parte de quienes no lo son, siente que ejerce un mandato permanente frente al cual no caben las vacilaciones y del cual nadie lo apartará sino cuando, en un tiempo remoto, deba alejarse por la carga de los años o porque se hartó de gobernar. Siente que ni siquiera el escollo del cáncer lo apartará de su destino, independientemente de que la enfermedad avance debido a la simple razón de que no depende de su decisión sino de una patología cuyo desarrollo se caracteriza por la inevitable autonomía. Ha tratado de camuflar el escollo, o de alzarse sobre sus consecuencias como si apenas se tratara de un pedrusco atravesado en la autopista, o de anunciar que lo superará pese a su descomunal estatura, pero la dolencia no es obediente como él pretende, no se comporta con la docilidad de la política venezolana que le ha permitido fabricar su basílica y un altar que parece irrebatible. La autoentronización quizá tenga apenas una alternativa de discusión, dependiente de una figura ante la cual se rinde César porque escucha la voz del Profeta, pero nadie puede calcular hasta qué punto le convenga a esa voz ofrecer vocablos distintos a los que ha desembuchado desde hace quince años mientras ha movido y alimentado el incensario. Solo Fidel Castro puede convencerlo de cómo está de mal el organismo, con mayor autoridad que los médicos y con mayor posibilidad de acatamiento; o, con mayor influencia que una plenaria del PSUV, de la obligación de mirar hacia otras figuras capaces de garantizar la continuidad del establecimiento, pero eso está por verse y quizá no se vea.

Como el Presidente ha pensado en un mandato vitalicio, no se ha ocupado de criar delfines. Quizás esté seguro de que le sobrará calendario para deshojar la margarita de la sucesión. No hay príncipes ni infantes en su corte, por lo tanto, a menos que a algunos de los cortesanos se les haya metido en la cabeza la herejía de parecerse a César. Pretensión improbable, por cierto, debido a cómo ha puesto empeño en encontrar opacas compañías que no le puedan hacer sombra. Pero el problema de la ausencia del presidente Chávez, temporal o definitiva, no se reduce a la lidia en torno a la selección de un sucesor, sino a la traducción de un mensaje político y a la puesta en marcha de una administración como la que, según se supone, ha tenido orientaciones y propósitos evidentemente caprichosos desde su iniciación. Aquí se presenta el verdadero rompecabezas, debido a que solo el mandatario enfermo sabe lidiar con la corriente de mares y ríos y sabe cómo se nadará en el futuro. El "socialismo del siglo XXI" depende de una cartilla que únicamente él se ha puesto a garabatear y que apenas ha tenido receptores pasivos, quienes modifican el contenido y el tono de la repetición cuando la voz del amo cambia de amplificador. ¿Dónde están los planes para la navegación?, ¿cómo se hace con los aliados y con los enemigos del país y del extranjero?, ¿cómo serán el ritmo y la profundidad de la "revolución" en el futuro? Solo el César enfermo tiene las respuestas, y no se ha tomado la molestia de anotarlas en una especie de instrucción para la posteridad.

Pero estamos frente a elucubraciones de un escribidor desocupado. El Presidente no proclamará la sucesión ante sus acólitos, ni dejará instrucciones sobre lo que se deba hacer mientras lidia con el cáncer. Como está convencido de la necesidad y de la perennidad de su presencia, no se meterá en el terreno resbaladizo de las ambiciones de los herederos ni escribirá el testamento. Son asuntos de moribundos. Está seguro de que vivirá y vencerá, a menos que Fidel Castro opine lo contrario. Está seguro de que nadie lo iguala entre los suyos, ni merece la unción del mayorazgo. No se sabe si los seguidores piensen igual, pero da lo mismo. En suma, malas noticas para el teniente Diosdado y para el doctor Jaua, si de veras quieren tejer la madeja del hilo dinástico, pero tampoco son buenas nuevas para el resto de la ciudadanía que ve cómo el Presidente sigue en sus trece cuando debería estar pensando en cosas y situaciones que no sean su sacrosanta persona. Y que existen, aunque él se empeñe en negarlas.

eliaspinoitu@hotmail.com

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