Todos deben cerrar filas en torno al estilo del candidato. Ese estilo fue el que ganó
ARGELIA RÍOS
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Sí, claro que ganó el país. El punto no exige explicaciones: todas caben y ya han sido expuestas. La victoria de la unidad, sin embargo, ahora es cuando está por verse. La naturaleza del triunfo de Capriles Radonski guarda consecuencias inapelables que no pueden minimizarse. Aunque se haya producido el reconocimiento de los resultados, no están ausentes las resistencias soterradas a sus secuelas y, por tanto, los grandes desafíos que enfrentan tanto el candidato como aquellos que hasta el domingo se le oponían. Ahora toca vencer la soberbia y la arrogancia, única manera de consolidar la unidad y de ensanchar las posibilidades de vencer al continuismo el próximo octubre.
Hay un antes y un después para la dirección política de la oposición. De los tres millones de votos contabilizados, dos millones fueron convocados por el gobernador mirandino. Esos dos tercios tienen una significación que nadie debería escamotearle con "atajos analíticos". Lo que ocurrió es un intenso barajo del cual ha surgido, como lo señaló sin esguinces Ramón Guillermo Aveledo, un nuevo jefe. No es, desde luego, un hegemón irrefutable al estilo del comandante-presidente, pero sí es el eje indiscutible, alrededor del cual deberían girar todas las fracciones que componen al país no chavista. Con un triunfo como el de Capriles, es él quien marca la pauta del discurso, de la estrategia y de los comportamientos. Con una victoria como la que vimos, también ha avanzado el cese de la atomización que tanto ha daño ha causado a la oposición por largo tiempo. En adelante, el gran reto de la unidad es alcanzar la coherencia entre el candidato y toda la alianza que ahora le respalda.
Muchos jugaron a que las cosas no se dieran de esa manera. Se alegaba que una avalancha, como la que sucedió, generaría antipáticos desequilibrios en el campo democrático. Fue ese el argumento principal de los viejos partidos, resistidos a desaparecer, para los cuales un triunfo arrollador de Capriles supondría el cierre un ciclo histórico. Pero hay que decirlo: Capriles ganó como era aconsejable que ganara cualquiera de los contendores. Un candidato investido con un quórum deslucido y una votación precaria respecto a la de sus contrarios, no tendría fuerzas para competir con una figura como Chávez. La fragmentación de la votación habría afectado la corpulencia de la legitimidad de origen, a la que el oficialismo hoy responde resollando por la herida y amplificando con sus insolencias la victoria política de sus adversarios. Para consolidarla y convertirla en una victoria electoral el 7-O, hace falta la humildad de ganadores y vencidos. Todos deben cerrar filas en torno al estilo del candidato. Ese estilo fue el que ganó.
Argelia.rios@gmail.com
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