jueves, 26 de enero de 2012

Análisis de Diego Arria por Thaelman Urgelles

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Thaelman Urgelles
informe21.com


Un buen amigo me relató que el primer debate entre cinco de los precandidatos lo observó por TV en compañía de uno de sus hijos y un sobrino, ambos profesionales de unos 23 años y de clase media alta. Cuando le tocó presentarse a Diego Arria, los muchachos le preguntaron al unísono: ¿Y quién es ese señor…? El episodio puede dar cuenta de la escasa cultura política de esos jóvenes, o de la poca información que aun existe acerca del proceso electoral de la MUD, o de cuánto ha cambiado el escenario sociopolítico del país. Pero de lo que no cabe ninguna duda es de lo que ello significa para la aspiración de Arria en este proceso, del lugar que él ocupa en el espectro de los aspirantes y de los desafíos objetivos que debe enfrentar si desea tener éxito, en la forma de ganar las elecciones primarias. No deseo, con esta anécdota, desmerecer a Diego Arria como factor protagónico en este momento político del país. De hecho, pienso que la misma pregunta hubiesen hecho aquellos jóvenes si en lugar de Diego Arria hubiesen estado allí Eduardo Fernández u Oswaldo Álvarez Paz. Y en descargo de todos ellos añado que la misma circunstancia me asalta a mí cuando tomo contacto con muchos de los miles de jóvenes que hoy aspiran a integrarse a la bullente actividad cinematográfica nacional, a la cual he dedicado casi toda mi vida...Este país ha cambiado mucho; un nuevo tramo generacional se ha plantado firmemente en la vía, con muy escasa solución de continuidad respecto de los tramos anteriores. El hombre sagaz e inteligente que es Diego Arria parece haberlo comprendido y a partir de ello ha diseñado su aspiración, habiendo alcanzado ya, en nuestro criterio, más de lo que muchos le augurábamos.

En el propio debate lo demostró: cuando el resto de los prometedores políticos, plenos de futuro, ofrecieron pocos matices diferenciales en sus muy competentes intervenciones, Arria fue capaz de presentar un discurso que lo demarcó del resto y al mismo tiempo le abrió cauce hacia una poco desestimable franja de electores seguros de oposición. Cuando los candidatos jóvenes evadieron los tradicionales temas de la oposición radical, Diego los abrazó sin rubor. Con ello logró, en esa escasa hora de TV, echar en su alforja electoral mucho más que lo que acumularon sus competidores.

Un poco de biografía

Diego Arria es un caso poco común de hombre público que ha logrado construir una carrera política sin el abrigo de ningún partido. Con singular audacia y sentido de la oportunidad, fue construyendo relaciones con personajes que a la postre detentaron poder y se hizo útil a ellos, a base de ser eficiente y digno de la confianza a tales dirigentes. Así, luego de una pasantía por la Corporación Venezolana de Hoteles y Turismo (CONAHOTU) durante el gobierno copeyano de Rafael Caldera (1969), fue capaz de traspasar su crédito como gerente al gobierno subsiguiente del adeco Carlos Andrés Pérez, a quien apoyó desde la campaña electoral. Pronto se ganó la confianza de Pérez, quien lo nombró en cargos importantes: la gobernación del Distrito Federal y el Ministerio de Información y Turismo.

No bien aceptado por el partido AD por su condición de funcionario independiente, Arria se desliga del gobierno de CAP y se lanza candidato a la presidencia a finales de ese mismo período (1978), apoyado por el partido situacional Causa Común, creado por él junto a algunos amigos. Al no alcanzar éxito en ese propósito, se retira de Venezuela durante unos diez años, aunque mantiene una estrecha relación de lealtad con el ex-presidente Pérez, quien ha quedado escaso de amigos luego del proceso denominado “Sierra Nevada”. Con CAP colabora eficazmente en sus relaciones internacionales y es un factor de primera importancia en el exitoso proyecto perecista de retorno al poder, en 1988.

Ya con mayor interés por el ámbito internacional, no desea regresar a Venezuela para la segunda presidencia de CAP; entonces, sus méritos y lealtad son premiados con la designación como Embajador de Venezuela en la Naciones Unidas (1991-1994). En este cargo, como en todas las oportunidades en que desempeñó alguna posición de importancia, en Embajador Arria tuvo la habilidad para establecer nexos para el futuro y para capitalizar sus logros hacia el fortalecimiento de su imagen pública. Así, durante esta gestión, sus dotes de negociador le permitieron obtener para Venezuela la posición de miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y su talento de publicista le ha permitido redimensionar al máximo su pasantía de un mes como Presidente de dicho organismo, un cargo protocolar que el ingenioso Arria ha logrado proyectar casi como si se hubiese tratado del Secretario General de la ONU por 5 años.

Lo anterior lo decimos sin ningún ánimo descalificatorio, sino con la intención de destacar la enorme habilidad y eficiencia de Diego Arria en la promoción de sus proyectos políticos y personales. Algo que es esencial para los efectos de este análisis candidatural.

El otro gran paso dado por Arria en la ONU fue haberse integrado con la estructura funcionarial del organismo y particularmente con una estrella en ascenso, el Embajador Kofi Annan, quien sería designado Secretario General de la organización en 1997. A partir de allí, Diego se desempeñó como asesor especial de Annan, con importantes misiones internacionales, vinculadas con procesos de paz y causas de derechos humanos. Todo esto lo hizo, al parecer, mientras desarrollaba una carrera en los negocios, cuya cuantías e importancia se desconoce.

Durante los primeros seis o siete años de Chávez en el poder, Arria se mantuvo alejando físicamente de Venezuela, aunque su palabra estuvo presente con severas opiniones críticas, denuncias y, al parecer, en un activo lobby internacional en materia de derechos humanos. En los últimos años su presencia y voz han sido más activas, sus viajes al país más frecuentes y sus denuncias se hicieron más concretas. Ello le valió una dura represalia del gobierno, al serle confiscada violentamente la finca que posee en el Estado Carabobo. Arria no se amilanó por esta medida y, por el contrario, acentuó su perfil opositor.

En los dos últimos años se fue perfilando con mayor nitidez que los planes de Diego Arria comprendían una aspiración a posiciones cimeras en la lucha política y ello culminó en su inscripción como precandidato independiente a la presidencia, para las primarias de la mesa de Unidad Democrática (MUD).

La estrategia de Diego Arria

En un contexto de candidatos jóvenes, poco vinculados personalmente a las ejecutorias políticas y gubernamentales de la mal llamada IV República, Diego Arria arranca esta precampaña con la desventaja de poseer dos situaciones de imagen: para quienes tenemos más de 40 años, es un conspicuo representante de las administraciones adecas y copeyanas, mano derecha de CAP, a quien –muy meritoriamente- guardó lealtad hasta su último suspiro, y por algunos señalado –con base o sin ella- de haber construido su patrimonio financiero inicial en el ejercicio de aquellos cargos públicos; y para los menores de 40, Arria es un desconocido, en razón de su larga desvinculación presencial e institucional del país, durante los últimos 15 años.

Para superar ese hándicap y hacer que su aspiración sea algo más que simbólica, Arria tiene que apostar fuerte y para ello debe correr riesgos. Afortunadamente para él, ese es el terreno donde mejor sabe mover sus fichas. De ese modo, en un entorno en que la sensatez aconseja a los políticos opositores moderar el discurso antigubernamental en busca de la porción de simpatizantes desencantados de Chávez que nos ayuden a completar los votos necesarios para derrotarlo, Arria eligió convertirse en el adalid de la oposición más radical y emotiva: la que protagonizó las protestas de 2001 a 2004, la del paro y el 11 de abril, la que aun pelea por los presos políticos, la heredera de los mártires laborales del petróleo… En fin, la que anhela, más allá de la derrota de Chávez y la reconstrucción democrática, un castigo ejemplar para todas las fechorías, abusos y humillaciones a los que ha sido sometida la población durante estos 13 años.

Y vaya que, en pocas semanas, lo ha conseguido. Sus contundentes intervenciones en el debate, en ninguna de las cuales llegó a consumir el minuto asignado, y el cumplimiento inmediato de su repetida promesa de denunciar al presidente Chávez ante el tribunal Internacional de La Haya, le han permitido agrupar en torno de su aspiración a los miles de compatriotas que mantienen esa postura vertical frente al régimen; en su mayoría mujeres, quienes se han destacado en estos años por su consecuencia, activismo y emotividad para la lucha.

¿Le alcanzará a Arria este segmento de los votantes opositores para ganar las primarias? Todos a quienes les he expuesto oralmente este análisis coinciden en que Diego Arria no puede ganar las primarias con el apoyo único de los opositores radicales (y es evidente que ese discurso y esa práctica no convocarán votantes más allá de este sector). También tendemos a compartir ese criterio, pero el examen más detenido de ciertos escenarios pondría en duda estas certezas. Veamos:

Pocas de las encuestas conocidas suelen medir discriminadamente el antichavismo radical o moderado de los venezolanos. Entre las que hemos podido encontrar con ese ítem, la posición “muy antichavista” se situaba –en 2009 y 2010- entre un 17% y un 22% de los entrevistados. Si tomamos la cota superior (22%); a ella abría que restar por lo menos la mitad, correspondiente a quienes se declaran muy antichavistas pero no comparten el discurso polarizado de Arria y sus acciones como la demanda en La Haya. Porque no todos los “muy antichavistas” compartimos esa estrategia (quien escribe se declara muy antichavista y no la comparte; y pensamos que los precandidatos Machado, Capriles, López y Pérez también se consideran a sí mismos “muy antichavistas”).

Convengamos, entonces, que un 11% de los venezolanos “muy antichavistas” comparten con Diego Arria la necesidad de juzgar ahora mismo al presidente en La Haya y que la prioridad nacional es realizar un gobierno de transición, mediante una Asamblea Constituyente, luego de desplazar a Chávez del poder, y dar un castigo ejemplar a los funcionarios comprometidos en irregularidades administrativas o delitos contra los derechos humanos. Si a ello restamos el 30% de abstencionistas crónicos, tendremos que el 7.7% del universo electoral registrado es el público potencial del mensaje de Diego Arria. Hay que añadir la circunstancia de que se trata de una población “resteada”, fogueada en la calle, que saldrá a votar a todo evento en las primarias si quien la convoca despliega –como lo hace Arria- el mensaje radical adecuado.

Bueno, ese 7.7% representa 1.38 millones de votantes registrados, que no son conchas de ajo. Son más que los cacareados votos que cada uno de los grandes partidos sacó en las recientes elecciones parlamentarias, que no fueron unas primarias sino elecciones generales (donde votan más personas que unas primarias). Son más que los famosos votos zulianos que, según, posee Pablo Pérez en su bolsillo. Y muchos más que los que tendría Capriles Radonsky en Miranda. Entonces, hay que dejarse de estimaciones ojo-porcentuales y examinar con frialdad los escenarios que se pueden presentar.

Nos parece una de esas ingenuidades de aficionados (o carnada de bellacos para los incautos) la especie de que el chavismo “mandará a votar en las primarias por el candidato que más les convenga”. Lo que si hará el chavismo –y ya se está viendo desde ahora- es boicotear, con toda clase de amenazas, rumores y violencias, la concurrencia masiva de electores. Y dependiendo de la intensidad de tales acciones violentas, el universo de los votantes puede reducirse a la gente más comprometida políticamente, bien sea por su militancia en algunos de los partidos o por su beligerancia antigubernamental. En un escenario tal no resulta nada descabellado un triunfo de Diego Arria.

Si así ocurrieren las cosas, el gobierno habría cumplido su cometido de ayudar a que se elija “el candidato que más le conviene”. Porque, dicho con todo respeto por su figura pública, Diego Arria sería –exceptuando a Pablo Medina- el candidato más débil que pueda presentar la oposición, frente a Chávez o frente a cualquiera de sus eventuales reemplazantes. En unas elecciones generales no pesaría, tanto como pesa en la oposición, el segmento de los radicales antichavistas. Arria comenzaría la campaña con una imagen radical que choca con el ideal de líder que manifiesta el 70% de los venezolanos y le resultaría imposible cambiarla, dados los esfuerzos que hará el chavismo para remarcarlo. Eso sin contar con sus vínculos innegables con un pasado al que la mayoría de los venezolanos, incluyendo millones de opositores, no desea retornar; y las consejas que se tejen -merecida o inmerecidamente- acerca de su comportamiento administrativo en cargos de poder.

No obstante lo analizado, somos optimistas en cuanto al desenlace de las elecciones primarias. Dado que la posibilidad de Diego Arria triunfar en ellas son inversamente proporcionales a la concurrencia de electores, pensamos que la población se volcará el 12 de febrero a los centros de votación, por sobre las amenazas y actos violentos que promueva el sector oficial. Y que nuestros amigos que restan importancia a este alerta van a tener razón.

Finalmente debemos reconocer que, en este proceso, ya a Diego Arria nadie quita lo bailado. Aunque su candidatura vaya a crecer más de los que él mismo quizás se propuso inicialmente, y aunque eso no le alcance para dar la sorpresa descomunal que aquí no descartamos, ya Arria tiene ganado un lugar protagónico en la Venezuela postchavista, mucho más que todos sus congeneracionales que disfrutan de respaldo partidista o mediático –Fernández, Álvarez Paz, Petkoff, Martín-. Muchos dicen, quizás con razón, que Diego se lanzó “para negociar un lugar en la sexta república”. Esperamos sinceramente que el aporte que le corresponda dar en esa etapa sea fructífero para la Nación que nos tocará reconstruir entre todos.

Thaelman Urgelles
Informe 21

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